09 octubre 2005

MÁS LEVRERO


No sé que fuerza interior o impulso me lleva a transcribir este fragmento de La novela luminosa. Quizás es una mezcla entre un cierto grado de desprecio que me produce el posteo anterior y la necesidad de este blog de tener un orgasmo, descontando, por supuesto, la belleza del fragmento seleccionado. Vaya uno a saber qué significa esto que estoy diciendo. Pero lo que sí está comprobado es que estoy sintiendo últimamente un singular placer por transcribir cosas, a pesar de la dificultosa tarea de lograr que el libro quede abierto y quieto en el lugar indicado. Por momentos siento que escribo bien, aunque sea la escritura de otro, claro.


Ella regresó. Pasó mucho tiempo, no sé si un año, dos, tres. Pero regresó. Ya no era igual. Noté que otros hombres habían pasado por su vida, dejando nuevas señales. Otros hombres, otros problemas, quién sabe –en realidad, yo sé, pero no he de decirlo-. No tengo dudas de que el aborto había obrado lo suyo, y esto se hizo evidente en su comportamiento sexual: temerosa, preocupada, nunca llegaba a entregarse del todo; no siempre alcanzaba el orgasmo y después, claro, peleaba conmigo. Había empezado a encontrarme defectos. Casi, casi llegamos a comportarnos como un matrimonio. Comprendí muy bien lo que le sucedía, cuando, una vez, llegó a empujarme fuera de su cuerpo, por miedo a quedar embarazada otra vez. Entonces un día decidí complacerla en un capricho, que a menudo expresaba débilmente pero con particular insistencia a lo largo del tiempo, algo que yo atribuía a experiencias que habría tenido con otra clase de hombres y que para mí eran, y son, bastante poco atractivas. Ella quería el coito anal. Bueno, si tanto temía al embarazo, pensé que yo bien podía acceder; que, por lo menos esa vez, pudiera entregarse libremente. Pude deslizarme rápida y cómodamente en su interior; me sentía estrechamente presionado, pero no tanto que no pudiera incluso realizar el necesario movimiento de vaivén. Solo hubo un pequeño problema: había tres razones para una hiperexitación de mi parte, a saber: la excesiva presión antedicha; la posición y, last but not least, la bestia sádica que se le desata a uno en tales casos, la sensación de un dominio absoluto, el deseo de lastimar y de hacer sufrir, mezclado con el goce perverso de la trasgresión, de la burla a la naturaleza. En resumen, muy rápidamente noté que el orgasmo me llegaba de manera incontenible, y que si trataba de detenerlo mediante algún truco mental, la hiperexitación podría llevarme hasta a matarla a golpes. Pensé que aquello resultaba un terrible fracaso, por su brevedad. Sin embargo... apenas la primera gota de semen irrumpió en sus mucosas, se desató en ella el orgasmo más asombroso que pudiera imaginarse. Todos los músculos de su cuerpo empezaron a sacudirse, como sí estuvieran directamente conectados a un tomacorriente, en oleadas incontenibles como de muchos mares de fuerte oleaje, uno encima de otro, en cascada; y antes de que la corriente eléctrica terminara su recorrido, otro chorro de esperma desataba un efecto exactamente igual, sin ninguna baja de tensión, y se sentía cómo las ondas en flujo y reflujo chocaban unas contra otras, las que venían de vuelta eran empujadas con violencia por las que recién se iniciaban y los músculos se sacudían incontroladamente por debajo de la piel, en todo el cuerpo, aunque el cuerpo estaba perfectamente quieto; como música de fondo, su voz, que siempre yo sentía como naciendo dentro de mí, modulaba las quemas amorosas más profundas y prolongadas, llenas de matices, con notas que llegan desde el infierno , quejas de almas en pena, hasta cantos de pájaros en las ramas de un árbol cargado de frutas, a pleno sol, y por encima aun el cielo poblado de ángeles con mandolinas que entonaban canzonetas y cánticos sublimes y un director de orquesta, de frac impecable con una rosa en el ojal de la solapa, señalaba con total precisión la entrada de cada voz, de cada matiz, de cada suspiro; y así hasta exprimirme la última gota de esperma que, confieso con patético asombro, pocas veces estuvo tan bien empleada. Después las ondas se fueron aquietando, también las voces, y por fin, silencio y quietud y, por mi parte, asombro y asombro.

7 Comments:

At 12:09 a. m., Blogger Ghetta said...

glaaaaaaaggghhh! Voy a vomitar. Es lo que tenía de bueno Bukowski: nunca te da pena. ¿Que mierda es eso de "ella quería el coito anal"? Es una prosa terrible.

 
At 9:53 a. m., Blogger hi way said...

Ja, bueno, son gustos. Yo estoy hace dos semanas leyendo este libro y es el primer coito que describe este buen señor. La cuestión anal es medio fuerte, pero a mi gusto es un detalle. Me parece que es un descripción valiente y sensible. Yo al llegar a ese momento en la novela, sentí, bueno, por fin, ya que él se queja y se queja de haber dejado de tener relaciones sexuales con su pareja...

 
At 10:44 a. m., Blogger hi way said...

No es fácil hablar de la bestia sádica y salir inmune.

 
At 11:33 a. m., Blogger Ghetta said...

por mi podría estar hablando de zoofilia, no es que el tema sea horrible sino cómo está escrito. ¿Como puede escribir "cantos de pájaros en las ramas de un árbol cargado de frutas, a pleno sol, y por encima aun el cielo poblado de ángeles con mandolinas que entonaban canzonetas y cánticos sublimes y un director de orquesta, de frac impecable con una rosa en el ojal de la solapa? Puajjj, ángeles italianos dirigidos por García Vigil.

 
At 1:04 p. m., Blogger El perrito que reia said...

las palabras son poderosas

 
At 3:18 p. m., Blogger hi way said...

Ghetta, eso es lo menos importante, sólo un anti climax antes del remate. Ese remate de asombro es lindo, mejor dicho, a mí me gusta. .

 
At 2:29 p. m., Anonymous Anónimo said...

tu copia y esfuerzo se agradece,
buena seleccion de capitulo,
es una novela muy gruesa,
valdra la pena leerla todita?
seguramente a de ser esa la mejor parte.

 

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