Y VOLVEMOS A EMPEZAR
Cada vez concuerdo más con mi padre acerca de que uno de los grandes problemas de este país es la abogadocracia, siendo específico, la abogadogracia política directriz que nos gobierna ad eternum. Esa concepción jurídica de las cosas que empaña a mi entender el pensar político. No entiendo bajo que pensamiento racional es beneficioso para un Estado ser dirigido por tipos cuya profesión es redactar leyes. Por lo menos, profesión en la cual se instruyeron, más allá de las condiciones personales de cada uno. Menos aún lo entiendo bajo un pensamiento irracional, pero ese es otro tema.
A pesar de que esto no es tan así hoy día, igualmente, sigue primando, principalmente a nivel legislativo un razonamiento de abogado a la hora de legislar. Esto parece una estupidez, porque, por un lado sería lógico que los abogados legislen, que es lo que saben hacer. Bueno, no, los abogados constitucionales tienen que ser los asistentes de los legisladores. No los propios legisladores. Porque, la Abogacía, tiene la particularidad de ser una profesión muy localista, regional, enriquecida a través de nuestra propia historia legal. El abogado no necesita nutrirse del mundo exterior para ser un buen abogado, necesita nutrirse de la Constitución y la Constitución no creo que sirva de mucho para encontrar caminos nuevos y salidas decorosas a todos los problemas que nos conciernen. No requiere estar en contacto y tener conciencia de avances a nivel mundial en todas las variables a las que respecta el progreso de un país, requiere comprender la concordancia legal a la hora de redactar nuevas leyes.
Yo me imagino un poder legislativo ideal, donde una minoría de abogados quede relegada, ante la mayoría de personalidades pertenecientes al mundo de la ciencia, del arte, de la filosofía, de la música, antropología, geografía, literatura y un largo etcétera, porque creo que en estas ramas es de donde pueden surgir ideas nuevas y buenas, cosa que claramente no sucede en nuestro vetusto parlamento (algo así como cambiar cuadrados por círculos) ¿De dónde pueden venir ideas nuevas acerca de temas tan claves para nosotros como son el desarrollo de la industria, la viabilidad, la ecología, la salud, la enseñanza? Es que a fin de cuentas para que algunas cosas cambien un poco la única chance que nos queda es legislar, sea esto bueno o malo. Esa es la herramienta, entonces, no podemos acaso pensar, que es posible legislar para bien, y legislar ideas que nos produzcan mejoras estructurales. Algunas de todas esas que estamos necesitando.
No son, acaso, los intelectuales, personas que poseen una visión más amplia de las cosas, de los problemas, aquellos que pueden desentrañar la madeja de trancadera profunda que nos aprisiona en la podredumbre. Porque todos coincidimos que no puede ser tan difícil para este país salir adelante. Con salir adelante me refiero nada más (y nada menos) que lograr cierta prosperidad de una clase media que domine y lidere la economía. La fórmula no puede ser tan complicada, somos tres millones de personas relativamente bien instruidas, sobre praderas naturales muy amigables para tanto la ganadería y la agricultura, tenemos una linda costa, un industria turística auspiciosa, tenemos la suerte de que los narcotraficantes quieran hacer hoteles para lavar dinero en nuestro propio país, que más ¿No son acaso los intelectuales aquellas personas que pueden plantear esas ideas que nadie plantea? Entonces, yo quiero a esos intelectuales, que este país tanto reconoce poseer, en el parlamento, básicamente yo quiero a la Antigua Grecia de Pericles. Ahora, la pregunta que no me puedo responder, es cómo carajo se logra que estos intelectuales, siendo ellos tanto científicos o ingenieros o simples pensadores iluminados se introduzcan en el sistema político. Personas cuyo vuelo intelectual es elevado, perdiendo su vida en un estrado tratando de convencer a la gente acerca de reformas que nadie comprenderá, lidiando con cientos de miles de intereses perversos creados. Teniendo que convivir con toda la maldita transa que implica ascender políticamente, la verdad, un asunto intelectualmente desafiante. Entonces, volvemos al comienzo, los políticos seguirán siendo los políticos y estos pedirán asesoramiento a los intelectuales, o los leerán, pero, bueno, quizás, si pensamos que la fuerza del intelectualismo es la que debería timonear un país, o estamos bastante jodidos de intelectuales o claramente las ideas de los intelectuales no llegan al seno político.
No quiero que esto se interprete como una necesidad de volver a un parlamento principista, como aquellos parlamentarios de finales del siglo XIX que pasaban la vida discutiendo acerca de las grandes verdades de la vida, y mientras, pasaba la vida,. Hablo de intelectuales específicos, esto suena bastante raro y contradictorio, unir estos dos términos, pero bueno, quizás tampoco sean entonces los intelectuales los que deberían estar en el parlamento. ( o sea, más Erlichs en el parlamento y menos Aranas en las intendencias, por decir algo)
Por otra parte, comandando el país, lejos y cerca de este parlamento utópico de sabios, tiene que haber un poder ejecutivo plagado de técnicos. Con técnicos me refiero a gente con capacidad técnica para desempeñar tareas de administración en las áreas que les compete. Esa cosa que llaman capacidad de gerenciamiento. Lo que se necesita es un buen gerenciamiento claramente focalizado hacia objetivos concretos. Los ministros no pueden estar con la especulación y el bla, bla, bla político, ellos tienen que estar con los hechos y los casos específicos de sus coyunturas particulares. Cosas claras. Este ministerio tiene estos costos, realiza estos aportes a la economía del país, nuestro margen de maniobra es tal y queremos hacerlo virar el barco hacia este tal lado, ni mucho, ni poco, pero concreto. Punto. El contrapunto es la ley que los legisladores promulguen que genere el marco pertinente para ese viraje, siempre que el viraje cuente con el apoyo de la mayoría de parlamentarios, pero en este maravilloso sistema político ideal, los ministros van a proponer los cambios que saben cuentan con el apoyo suficiente, simplemente porque son buenos para el país.
Volviendo al punto anterior, digamos que los intelectuales, según la primera acepción de la RAE, son aquello perteneciente o relativo al entendimiento. Este es el punto clave, si suponemos que no todos podemos entender, entonces necesitamos que quienes entienden un poco más nos gobiernen, pero por otra parte quienes entienden un poco, lo primero que entienden es no estar dispuestos a participar de la vil pirámide político-electoral, donde un caudillo vale más que mil buenas ideas. Ojo, que el sistema parlamentario colapsó y nadie desea que vuelva a suceder y tampoco a nadie se le ocurre otro sistema distinto al democrático para gobernar. Podemos ser optimistas y pensar que no es necesario y que con políticos mediocres se puede. Aunque no se está pudiendo mucho. También está ese común pensar acerca de que los políticos son un reflejo de la sociedad que representan, puede ser, en tal caso, no quiero que me gobierne un fiel reflejo de mí mismo, todo lo contrario, quiero que me gobierne algo mejor. Otro común pensar es que somos chicos dependientes y solamente nos puede ir bien, si a nuestros vecinos les va bien de forma sostenida. No me convence esta idea.
Por lo tanto, escucho sugerencias, ¿quiénes queremos que conformen nuestro parlamento? ¿Existe la posibilidad de gobernar basándose en buenas ideas? ¿Son las leyes las mejores herramientas? ¿Son los intelectualmente más capaces los más aptos para generar verdaderas propuestas renovadoras? Dentro los supuestamente más capacitados hay grandes divergencias de orientación, obviamente, ¿impide esto que puedan surgir ideas que por su solidez trasciendan toda orientación política anquilosada? Quizás lo que está estancado es el Derecho Constitucional y es ahí a donde hay que apuntar. Pensar en una nueva concepción del derecho y seguir gobernados por cabezas jurídicas, pero renovadas y frescas.
Reconozco que el nuevo gobierno es consciente de todo esto y las cosas han mejorado un poco, no vemos hoy día a esos directores de entes autónomos de antaño (a esos Volonté), gratamente se han tecnificado los nombramientos. Igualmente vemos cada cosa, bastante espeluznante. Se respira hoy día una sensación de gobierno bien intencionado y poco preparado y por supuesto lidiando con todo eso que trae consigo la propia carrera política, gente formada en aumentar el caudal de votos, no en gobernar. Creo. Es el viejo espiral del huevo y la gallina.